La persona superficial y ruidosa piensa que el silencio es huida, aislamiento, soledad y egoísmo.
- El cristiano auténtico, pensador, sencillo y servidor piensa muy distinto.
- El silencio, el verdadero silencio, no es huida, es presencia.
- El silencio conduce a la persona a vivir presente, con todo su ser, aquí y ahora, en medio de la vida, consciente de la propia realidad y de la realidad concreta de cada persona, de cada necesidad o situación.
- El silencio, el verdadero silencio, no es aislamiento ni soledad, sino amor y fraternidad.
- El silencio nos lleva a estar abiertos, desde dentro, desde el amor a todos los hombres y mujeres en su situación concreta.
El silencio nos dispone para escuchar y comprender a cada persona, en su grandeza y en su pequeñez, en su alegría, en su triunfo, en su dolor y en su necesidad.
- El verdadero silencio nos descubre, desde el Espíritu de Dios, esa vena divina que nos hace a todos hermanos, hijos de nuestro Padre Dios, formando una misma familia y fraternidad.
- El silencio no es egoísmo, sino apertura, comprensión, amor y servicio a toda persona en su necesidad concreta.
- El verdadero silencio es entrega y disponibilidad de todo nuestro ser, compartiendo lo mejor de nosotros mismos.
El silencio nos lleva a dar y recibir, a amar y a servir, en unidad y comunión a cada persona concreta, la que tengo delante en cada instante, con quien puedo vivir mi amor y fraternidad.
- El verdadero silencio es vivir abiertos a todas las personas, a todas las criaturas y al Dios escondido en cada una de ellas, compartiendo la misma vida y el mismo espíritu.
- El silencio, el verdadero silencio, es un camino, y al mismo tiempo, expresión de una vida, llena de amor, de entrega y de servicio en cada instante presente que es el único donde se puede vivir, amar y servir en Dios y desde Dios.
Por: Manuel I. Fernández Márquez, en Silencio y Transformación, Págs. 161-162