El cristiano debe servir de verdad a los hermanos más pequeños, a los pobres, a los necesitados, a los marginados. (Puebla)
El encanto de las rosas -cantó el poeta- es que, siendo tan hermosas, no conocen que lo son. Indudablemente, tenemos calidades en diversos órdenes: negarlas sería ingratitud para el Creador, de quien las hemos recibido.
Pero si somos arrogantes, si ostentamos orgullosamente nuestras cualidades si nos atribuimos a nosotros mismos la propiedad y no el uso de esas cualidades, además de ser injustos, por atribuirnos lo que no es nuestro demostraremos poca inteligencia, pues no habremos llegado a comprender que eso que tenemos no nos pertenece.
Las rosas no conocen que son hermosas; poque no lo conocen, por ello no tienen mérito. Nosotros debemos conocer y reconocer lo que Dios ha depositado en nosotros. Pero todo eso, no por vanagloriarnos, sino para asumir la responsabilidad de hacer fructificar esas cualidades para el bien nuestro, de los nuestros y de toda a comunidad. Eso es talento.
“Si no me obedecen, humillaré a esa enorme soberbia, haciendo que el cielo sea para ustedes como hierro y la tierra como bronce” (Lv. 26, 19). Nada nos aleja tanto de Dios como el orgullo. El orgullo es el barro que tapa nuestros ojos y nos impide ver el mundo según el propósito de Dios.