Jesús sigue sanando: El poder de su presencia en nuestra vida

Jesús sigue sanando: El poder de su presencia en nuestra vida

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,53-56):

En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.

Palabra del Señor.

El anhelo de acercarse a Jesús:

En la lectura del Evangelio según san Marcos (6,53-56), observamos cómo la gente, al reconocer a Jesús, corría a su encuentro, llevando a sus enfermos y depositándolos en los lugares por donde Él pasaba. Bastaba con tocar el borde de su manto para recibir sanación. Este pasaje refleja la profunda necesidad del ser humano de encontrar alivio en Dios, no solo en la enfermedad física, sino también en el alma.

Cada uno de nosotros enfrenta momentos de dificultad en los que buscamos un refugio seguro. En la vida diaria, ya sea en el hogar, en la comunidad o en nuestro entorno parroquial, podemos imitar a esas personas que llevaban a los enfermos a la presencia del Señor. No siempre se trata de un padecimiento físico; muchas veces, el sufrimiento se esconde en la desesperanza, el miedo o la soledad.

El valor de la fe y la acción:

Lo que hizo posible la sanación de tantos fue la fe de quienes los acercaron a Jesús. La fe verdadera no es pasiva, sino que nos impulsa a actuar. Las personas del evangelio no esperaron a que el Maestro llegara a ellos; salieron a buscarlo y llevaron a sus seres queridos a su encuentro.

Este mensaje se aplica a la labor en la parroquia y en los movimientos apostólicos. No basta con esperar que otros descubran a Dios por sí mismos. Es nuestra misión facilitar ese encuentro, acercar a quienes necesitan ayuda y ofrecer nuestro testimonio de vida. La evangelización comienza en lo cotidiano: en una palabra de aliento, en la atención al necesitado o en el acompañamiento de quien sufre.

Jesús, fuente de vida y sanación:

La sanación que Jesús ofrece es integral. No se limita a curar el cuerpo, sino que transforma el corazón. Muchas veces, las heridas más profundas son invisibles: el rencor, la falta de perdón o la angustia del alma. Él no solo restaura la salud, sino que devuelve la paz y la esperanza.

En nuestras comunidades, somos llamados a ser instrumentos de esa sanación. Un gesto de amor puede devolver la confianza a quien la ha perdido. Un acto de compasión puede transformar una vida. Así como en el evangelio los enfermos recuperaban la salud con solo tocar su manto, nosotros podemos ser canales de la gracia de Dios en la vida de los demás.

La importancia de reconocer su presencia:

Jesús sigue caminando entre nosotros. Su presencia no está limitada a un tiempo o un lugar específico. Se manifiesta en la Eucaristía, en la oración, en la comunidad de fe y en cada persona que sufre y necesita ayuda.

Es fácil distraerse con las preocupaciones del mundo y olvidar que el Señor está cerca. En la vida parroquial y comunitaria, es fundamental recordar que nuestra labor no es simplemente organizativa o administrativa, sino un servicio que nos acerca a Dios y a los demás. La Iglesia no es solo un espacio físico; es el lugar donde el amor de Dios se hace tangible a través de la fraternidad y el servicio.

Meditación Diaria:

Hoy el Evangelio nos invita a confiar en el poder sanador de Jesús. Así como aquellos que lo buscaban con fe, también nosotros podemos acercarnos a Él con nuestras necesidades y las de nuestros hermanos. La sanación no siempre ocurre de la forma que esperamos, pero siempre trae consigo una renovación interior. Que este pasaje nos motive a ser testigos vivos de la misericordia divina, llevando esperanza a quienes la necesitan. En nuestra familia, en el trabajo y en la comunidad, cada pequeño gesto de amor puede convertirse en un reflejo de la ternura de Dios. No estamos solos; Él sigue presente, esperando que lo busquemos con la confianza de aquellos que tocaban su manto.