“Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros.” (Rom. 12, 5)
Descubrir a la comunidad es la mejor forma de encontrar a Dios y encontrarse consigo mismo. En el prójimo nos encontramos los tres: Dios, el hermano y cada uno de nosotros.
Para el cristiano hay pocas realidades que revistan una proyección tan vital como la de “comunión”.
Y es que comunión y comunidad son dos términos que marchan al mismo ritmo teológico, tanto en la convicción como en la vida del cristiano.
Comunión es común unión; sin esa común unión no puede existir la vida de la fe, la vivencia del amor.
Solamente cuando “lo mío” se “convierta en lo nuestro”, Dios lo convertirá en “lo suyo”, lo de Dios y nos sentiremos elevados sobre nuestra propia naturaleza; pero insistamos en que “lo mío” llegará a ser “lo de Dios” solamente cuando haya pasado por la etapa de ser visto y vivido como “lo nuestro”, lo de todos.
Y es que en la Iglesia todo sabe a familia; no a fuerza que estatice por ley y borre todas las desigualdades, sino a amor que busca la comunicación, la comunión de unos con otros.