Negarse a sí mismo: El camino hacia la verdadera libertad

Negarse a sí mismo: El camino hacia la verdadera libertad

Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,34–9,1):

EN aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió:
«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia».

Palabra del Señor.

Negarse a sí mismo para encontrar la vida:

En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a un camino de entrega radical. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Marcos 8,34). Estas palabras pueden parecer desafiantes, pero en realidad contienen una enseñanza profunda sobre la libertad verdadera. La negación de uno mismo no es un acto de represión, sino de apertura a un amor más grande. En la vida diaria, esto implica anteponer el servicio a los demás sobre el propio interés, buscar el bien común antes que el beneficio personal. En la comunidad parroquial y en los movimientos apostólicos, significa estar dispuestos a sacrificios concretos para edificar la Iglesia y acompañar a los hermanos en la fe.

El verdadero valor de la vida:

Jesús continúa su enseñanza con una pregunta directa: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Marcos 8,36). Esta interrogante nos interpela en nuestra cotidianidad. Muchas veces, el mundo nos empuja a buscar reconocimiento, éxito material o prestigio, pero si ello nos aleja de la verdad y el amor, terminamos vacíos. En la vida parroquial y comunitaria, debemos recordar que el valor de nuestra existencia no se mide en bienes acumulados, sino en la capacidad de amar y entregarnos. La verdadera plenitud no está en la acumulación de méritos humanos, sino en la comunión con Dios y con los hermanos.

Cargar con la cruz cada día:

Tomar la cruz es un llamado que implica valentía. No se trata de buscar el sufrimiento, sino de aceptar con amor las dificultades de la vida. En la parroquia, en el trabajo apostólico o en la comunidad, encontramos desafíos que ponen a prueba nuestra paciencia y nuestra fe. Aceptar la cruz significa perseverar en el bien, aun cuando no veamos resultados inmediatos, cuando enfrentamos incomprensiones o incluso cuando el cansancio nos quiera vencer. Seguir a Jesús requiere una confianza firme en que cada paso dado en su nombre tiene un fruto, aunque no siempre sea visible de inmediato.

La recompensa de la fidelidad:

Jesús promete que aquellos que entregan su vida por el Evangelio la encontrarán en plenitud. Esta promesa nos llena de esperanza, porque nos recuerda que todo esfuerzo en favor del Reino tiene un sentido eterno. En la vida diaria, esta verdad nos impulsa a seguir adelante con generosidad. En la comunidad parroquial y en los movimientos apostólicos, significa perseverar en la misión, aun cuando los frutos no sean inmediatos. Dios no se deja ganar en generosidad, y quien confía en Él descubre una alegría que el mundo no puede dar.

Vivir en la presencia de Dios hoy:

Jesús concluye diciendo que algunos de los presentes no morirán sin ver el Reino de Dios llegar con poder (Marcos 9,1). Esta afirmación nos recuerda que el Reino no es solo una realidad futura, sino que ya está presente en la vida de quienes viven según el Evangelio. En la comunidad, cada gesto de amor, cada acto de servicio y cada palabra de consuelo son signos visibles del Reino. No esperemos a otro momento para vivir la fe; cada día es una oportunidad para hacer presente el amor de Dios en el mundo.

Meditación Diaria:

El Evangelio de hoy nos invita a confiar en la promesa de Jesús: la vida verdadera se encuentra en la entrega. Negarse a sí mismo no significa perderse, sino descubrir la libertad en el amor. En la vida diaria, podemos practicar esto en pequeños actos de generosidad, paciencia y servicio. En la comunidad parroquial, cada uno tiene un papel en la construcción del Reino, y nuestra fidelidad, aunque parezca pequeña, tiene un valor incalculable ante Dios. Sigamos adelante con fe, sabiendo que cada paso que damos con Jesús nos acerca a la plenitud de la vida eterna.