Siervas de María de las Antillas

Nuestras Mártires

Hermanas Mártires de Pozuelo de Alarcón

Querido visitante de nuestra página Web, agradecemos tus visitas y el interés que tienes por conocer sobre los procesos de nuestras Hermanas mártires.

La Apertura del Proceso Diocesano en Madrid de nuestras cuatro Hermanas mártires tuvo lugar el 28 de octubre de 2000. Este acto jurídico tuvo lugar en la Casa Madre. Se siguieron seis meses, de intenso, pero gozoso trabajo, colmado de ilusión y esperanza que en ningún momento se han visto defraudadas. Durante esta fase se interrogaron los testigos y una comisión recopiló la información histórica. Finalizada la misma, la clausura tuvo lugar el 21 de abril de 2001. Abiertas las actas de la Causa con Decreto de 5 de mayo de 2001, el 1 de febrero de 2002, fue declarada la validez del proceso y el 15 del referido mes y año, fue nombrado Relator de la Causa Monseñor José Luis Gutiérrez. Preparado el Summarium con la supervisión del Relator, se presentó la Positio en la Congregación para la Causa de los Santos el 24 de junio de 2002.

A continuación le ofrecemos algunos rasgos biográficos de cada una de ellas, así como el perfil humano y espiritual que adornaron las vidas de estas Siervas de Dios.

Madre Aurelia Arambarri Fuente

Nació en Vitoria (Álava) el 23 de octubre de 1866 y ese mismo día fue bautizada en la Iglesia Catedral de Santa María de Vitoria. Sus padres, fervientes católicos, la educaron cristiana y piadosamente. A sus 20 años ingresó en nuestro Instituto de Siervas de María, el 23 de agosto de 1886, en la Casa Madre. Conoció a nuestra Fundadora, Santa María Soledad Torres, de cuyas manos recibió el santo hábito el 14 de noviembre de 1886. Efectuada su profesión temporal el 18 de diciembre de 1887, fue destinada a Puerto Rico, donde emite su Profesión Perpetua el 18 de diciembre de 1894. Durante todos estos años estuvo dedicaba de lleno al ejercicio del cuidado de los enfermos en sus propias casas, destacándose por su esmero y exquisita caridad.

Madre Aurelia fue una mujer muy inteligente y tenaz, la norma constante de su vida fue hacer en todo la voluntad de Dios; como San Pablo, ella decía: “En Dios vivimos”. Su oración era fervorosa, constante y perseverante, de Dios sacaba la fortaleza para sufrir todo cuanto Él quisiera enviarle. Su espíritu de fe era tan alto que todo lo veía venido de las manos de Dios.

Si grande era su fe, su caridad no tenía límites, especialmente con sus Hermanas de comunidad, con cada una en particular era amable, servicial, prudente y atenta. Con los enfermos se desvivía en atenciones y cuidados, haciéndose cargo de sus dolencias y proporcionándoles alivio aún antes de que se le hubiera manifestado el padecimiento. Solía decir: “Cuando estamos enfermos todo se nos debe hacer poco para recobrar la salud y trabajar en la casa del Señor; y cuando estemos bien cuidemos de mortificarnos que es el tiempo propicio”.

Su bondad y dulzura eran reflejo del corazón de Cristo, así como su caridad para con todos que la hacía estar dispuesta para servir en el momento que la necesitaran, siempre con la sonrisa en los labios y la igualdad de carácter, lo mismo en lo próspero como en lo adverso.

Ya enferma supo conservar esa bondad y delicadeza tan suyas, pues llegó el momento en que no podía valerse por sí misma y con la misma igualdad de carácter aceptaba el servicio de las Hermanas, tanto profesas como novicias o postulantes, aunque ella era la Superiora.

En Pozuelo de Alarcón, donde sufre su martirio en la guerra civil de 1936, ella sigue siendo un modelo de fortaleza, siempre se la veía tranquila y serena, tenía aliento para animar a las demás. Solamente una vez se la vio apurada, señala una Hermana, pues creyó haberse quedado sola en tiempo en que se oía un gran alboroto en la calle debido al ruido que metían las máquinas de guerra, y ella estaba en un sillón sin poderse mover para nada.

Se mantuvo siempre serena ante los terribles acontecimientos que se avecinaban, dejando traslucir su ilimitada confianza en Dios con esta bellísima expresión: “Estamos en las manos de Dios… Él sabe que nos tiene aquí”.

Durante la guerra, nuestra casa fue tomada y las Hermanas se vieron obligadas a despojarse del hábito religioso y a dispersarse entre familias conocidas que se prestaron a acogerlas. En la persecución, Madre Aurelia con otras tres Hermanas más, fue reconocida como religiosa y sin negar en ningún momento su condición de consagrada, fue elegida para el martirio. Es muy probable que muriera en la noche del 6 al 7 de diciembre de 1936 en Aravaca (Madrid).

Sor Aurora López González

Nació en San Lorenzo (Madrid) el 28 de mayo de 1850 y recibió el Bautismo a los dos días. Sus padres la educaron cristianamente desde su niñez. El 20 de marzo de 1874, ingresó como Postulante en las Siervas de María, en nuestra casa de El Escorial, pasando al poco tiempo al Noviciado de Madrid. El 14 de mayo del mismo año vistió el santo hábito y a los dos años hizo sus primeros votos, el 24 de junio. Profesó sus votos perpetuos en la Casa Madre.

Las Hermanas que la conocieron la definen como una Hermana de caridad servicial y sencillez de vida, era muy trabajadora, fervorosa y mortificada, se apreciaba en ella su espíritu de sacrificio y abnegación en el ejercicio de los ministerios con los enfermos. Fue muy centrada en su vida religiosa y vivió muy orgullosa de su vocación.

Le gustaba compartir su experiencia de Sierva de María con las jóvenes que iban entrando, para que se animaran a trabajar por la gloria de Dios y la extensión de su Reino. Ella misma contaba en cierta ocasión, que asistiendo a un militar alejado de las prácticas religiosas, al servirle un día una taza de caldo, se la tiró en la cara. Ella con mucha paciencia le trajo otra, diciendo que la primera había sido para ella y que esta otra era para él. Esta acción ganó aquella alma para Dios, pues entró dentro de sí y se reconcilió con el Señor.

Amante de la vida comunitaria, amenizaba los recreos contando curiosas anécdotas, que le habían sucedido y chistes para hacer reír y pasar de este modo un rato agradable y distendido. Era asidua a los actos de piedad, y cuando por su edad no podía hacer mucho, la Madre Superiora le daba permiso para que estuviera en la Capilla todo el tiempo que quisiera y se la veía pasar largos ratos en el coro haciendo compañía a Jesús Sacramentado.

A pesar de que Sor Aurora contaba con 86 años de edad, al iniciar la guerra civil de 1936, se mantenía observante en todo. Así, Sor Begoña Lazcano que vivió con Sor Aurora en Pozuelo de Alarcón los días de la persecución religiosa, nos manifiesta la actitud de la Sierva de Dios ante la dura circunstancia que tuvo que afrontar: al acercarse los momentos difíciles que acabarían con su vida, Sor Aurora se amoldó a todo con docilidad de niña, aunque al quitarle el hábito las lágrimas rodaron por sus mejillas…

Es muy probable que Sor Aurora, junto a las otras tres Hermanas, sufrió el martirio por la fe, la noche del 6 al 7 de diciembre de 1936, en Aravaca (Madrid).

Sor Daría Andiarrena Sagaseta

Nació en Donamaría (Navarra), el 5 de abril de 1879, recibiendo las aguas bautismales al día siguiente. Sus padres se esmeraron en darle una cristiana educación y muy pronto se vio el fruto de sus desvelos, con la colaboración de la gracia. A los 23 años ingresó en el Instituto de las Siervas de María, el 9 de noviembre de 1902, en la casa de San Sebastián, pasando a los pocos días al Noviciado de Madrid. Recibió el santo hábito el 19 de abril de 1903, emitiendo sus Votos Temporales el 4 de mayo de 1905. En Madrid profesó sus votos perpetuos el 5 de mayo de 1913.

Su vida estaba enraizada en Dios. Quienes más de cerca la trataron nos la describen como una Hermana grave en su porte, a la vez que amable, risueña y condescendiente. Se la veía andar con habitual recogimiento, como quien siempre está en la presencia de Dios y verdaderamente para Él vivió. En su labor junto a los enfermos, dejaba el buen olor de sus virtudes, una testigo nos dice: “Sus palabras y sus obras eran un gran estímulo y hacía mucho bien a las almas”.

Su caridad era aún más delicada en el desempeño de su labor como Auxiliar de la Maestra de novicias, haciéndose cercana a las jóvenes y ayudándolas con sencillez a descubrir los valores fundamentales de la vida religiosa, como nos lo narran los siguientes testimonios: “Nos inculcaba mucho la pureza de intención diciéndonos que aquel trabajo era para la Santísima Virgen o para las esposas de Jesús y que obrásemos bajo estas miras”. Las animaba a que ofrecieran a Dios el trabajo que se les encomendaba por la conversión de los pecadores y que con frecuencia hicieran actos de amor a Dios y fervientes jaculatorias para agradar así a nuestro Señor.

Un día en el recreo, recuerdan las que fueron sus novicias, hablaba de la gloria de derramar la sangre por nuestro Señor, y la envidia de los misioneros porque tenían la probabilidad de ser mártires. Por eso la entrega de su vida hasta derramar su sangre no fue vista por las Hermanas como algo casual, sino como la coronación de toda una vivencia. Sin duda, Dios recompensó sus virtudes concediéndole como premio, la palma del martirio, según su deseo expreso con estas palabras: “Yo quiero el martirio del sacrificio diario y, si Dios quiere, también morir mártir por Él”.

En 1936 fue detenida por los revolucionarios en unión de Madre Aurelia y Sor Aurora. Según la familia que las albergaban fue Sor Daría, quien, al ser objeto de insultos y vejaciones al sospechar que eran Religiosas, afirmó: “Somos, en efecto, Religiosas; pueden hacer lo que quieran de nosotras, pero yo les suplico, que a esta familia no les hagan nada, pues, al vernos sin casa y autorizados por el Comité de Pozuelo, nos recibieron en la suya por caridad”. Sor Daría fue escogida para el martirio, que tuvo lugar probablemente en la noche del 6 al 7 de diciembre de 1936 en Aravaca (Madrid).

Sor Agustina Peña Rodríguez

Nació en el pueblo de Ruanales (Santander) el 23 de marzo de 1900 y el 25 del mismo mes fue regenerada con las aguas bautismales. Sus padres se esmeraron en darle una educación profundamente cristiana. No tarda en hacerse presente en su vida el dolor. Con la muerte de su madre, conoció pronto las privaciones y el trabajo, que forjaron en ella un espíritu austero, laborioso y sensible a las necesidades de los demás.

El 14 de diciembre de 1924 ingresó en el Instituto de las Siervas de María en nuestra casa de Tudela, pasando después al Noviciado de Madrid. El 4 de julio de 1925 vistió el santo hábito y el 25 de julio de 1927 emitió sus primeros votos, ofreciéndose al Señor con todo el fervor de su alma. El 9 de agosto del mismo año fue destinada a la casa de Pozuelo de Alarcón para ocuparse de los oficios domésticos. El 5 de julio de 1933 emitió sus votos perpetuos en la misma casa de Pozuelo y a los tres años, pasaba a vivirlos en plenitud al cielo.

La clave que guió la existencia de Sor Agustina fue su profunda vida de oración que alimentó su alma en el hogar paterno, en el que, tanto en tiempo de bonanza como en plena persecución religiosa, el rezo del Santo rosario diario en familia era un deber sagrado. Fidelidad a la oración que la acompaña y va templando todas las etapas de su existencia. Las que la conocieron nos dicen que era de pocas palabras, pero al mismo tiempo dulce y humilde; dando la impresión de que constantemente estaba tratando con Dios, distinguiéndose por su piedad, que la llevaba a aprovechar las horas libres para estar ante el Señor. “Con frecuencia nos renovaba la presencia de Dios y así nos ayudaba a estar en unión con Él”. Para ella todo se convertía en Capilla, así que en todas partes se la veía recogida y unida a su Dios, a quien tanto amaba.

Amante del sacrificio, no daba nunca muestras de impaciencia ante el trabajo o cualquier cosa contraria a nuestra naturaleza y se diría buscaba las ocasiones para ejercitarse en la virtud, para así, con más alegría y generosidad ofrecer sus trabajos al Señor.

En la obediencia estaba siempre pronta para todo, no solamente a lo que se le mandaba, sino a la menor indicación. Se complacía en poder ayudar a cuantos necesitaban de sus servicios. Se le encomendó el cuidado de la Madre Aurelia Arambarri que ya estaba imposibilitada y se esmeró en tan sagrado deber más allá de lo que podían sus fuerzas, pues después del duro trabajo de la huerta la atendía con suma solicitud y esmero, levantándose por la noche todas las veces que la enferma la llamaba, sin la menor señal de contrariedad, haciendo con ella derroches de caridad, siendo incansable en prodigarle algún alivio.

Los últimos días de estancia en Pozuelo, sufrió las consecuencias de aquellos crudos días de la guerra civil española y de encarnada persecución religiosa con admirable conformidad a la voluntad de Dios. Al quitarse el hábito dijo que pronto se lo volvería a poner y si las mataban, lo tendrían en el cielo para siempre. Así pasó los nueve años que vivió en esta casa, preparándose día tras día al dichoso día del martirio.

En 1936, al tener que abandonar la casa de Pozuelo de Alarcón, es acogida con otras tres Hermanas en la misma familia, pero los milicianos la obligan a separarse de ellas. Se une a otra familia que huye hacia las Rozas y allí, sola, es acusada de ser religiosa y de habérsele visto rezar el rosario. Su vida de 36 años es coronada con el martirio el día 5 de diciembre de 1936.

Oración para pedir la pronta glorificación de las Siervas de Dios

Te bendecimos Padre, porque en cada etapa de la historia,
no dejas de suscitar en tu Iglesia testigos de la fe,
que hacen presente tu fidelidad y tu pacto de amor con los hombres.

Tú elegiste a tus Siervas, Aurelia, Aurora, Daría y Agustina
para que con sus vidas de servicio a los enfermos y a las familias que sufren,
fueran un reflejo de tu amor que nunca abandona a los hombres.

Tú hiciste fuerte su debilidad y por Ti dieron testimonio de su fe
hasta derramar su sangre.

Te pedimos que glorifiques a tus Siervas y nos concedas las gracias
que por su intercesión te pedimos si fuere para tu mayor gloria. Amén.
(De conformidad con los decretos del Papa Urbano VIII, declaramos que en nada se pretende prevenir el juicio de la Autoridad eclesiástica y que esta oración no tiene finalidad alguna de culto público)