- Señor, siempre y en todo lugar, aun cuando mis deseos no coincidan con tus pensamientos. Enséñame a querer lo que Tú quieres, a entrar en tus proyectos, a compartir tus opciones. Haz, Señor, que tus deseos los acoja y los ame.
- Señor, porque sólo en ella encuentro la paz y la plenitud de la vida. Enséñame a preferir siempre la luz a las tinieblas, el bien al mal, la gracia al pecado. Haz, Señor, que mis elecciones sean conformes a lo que esperas de mi.
- Señor, mientras viva en este valle de lágrimas esperando reunirme contigo, enséñame a no perder nunca de vista la meta, a no dejarme embaucar por los falsos maestros. Haz, Señor, que vaya a tu encuentro y contemple para siempre tu rostro.
- Señor, la tierra sería diferente: estaríamos gozosos de existir, comprender, darnos y perdernos. ¡Igual que el Padre, que hace brillar el sol sobre los campos de buenos y malos: estaríamos radiantes al vencer por amor y poner fin a una historia de muerte!
- ¡Ásí es, sólo así: de otro modo no podéis salvaros, hombres! Si matáís a Caín siete veces os aniquilará la muerte.
- Señor te pedimos que todos se libren del insidioso deseo de vengarse del instinto justiciero a la medida, de devolver golpe por golpe: éste es el cáncer que nos devora; que tus creyentes, al menos, extirpen del corazón la idea del enemigo. Amén.
Haz me testigo de tu Evangelio, Señor:
- Dame ánimo para no negar que te conozco cuando se burlen de Ti hablando como de un mito y de tus seguidores como de gente alienada.
- Dame fuerza para no acobardarme cuando me percato de que ser coherente con tu enseñanza puede significar pérdidas y obstáculos en la sociedad.
- Dame la alegría de saber que estoy contigo cuando dejo a los amigos que consideran una perdida de tiempo la oración y la eucaristía.
- Dame el valor de superar los respetos humanos y no avergonzarme del Evangelio cuando ser fiel comporta sentirme “diferente” de la gente que crea opinión y costumbre.
- Hazme testigo de tu amor, Señor.